La inteligencia del ser humano es un índice que depende de múltiples factores y variables. Hoy en día hay escuelas de psicología (Gestalt) que aportan datos sobre ello y resaltan que no se trata de una capacidad que se mida a partir de un único número, sino que son las distintas características o habilidades para diferentes ámbitos de la vida las que computan el resultado que nos lleva a catalogar a una persona como inteligente.
Un niño puede tener poca capacidad espacial y no ser muy ducho por tanto en problemas lógico-matemáticos que impliquen capacidades o medidas, y por el contrario ser un virtuoso de algún instrumento musical, porque su capacidad artística y su oído para las notas son absolutamente destacables. No por sacar con dificultad la tarea de matemáticas será menos inteligente. Y esto es un error muy común en las aulas puesto que la sociedad del momento, nos empuja hacia una clara especialización en profesiones para las que la lengua o las matemáticas son clave, si se quiere ser un triunfador.
Mi particular visión al respecto es bastante lejana a este planteamiento. Creo en el ser humano. Y lo inmediatamente anterior a eso, son los niños. Debemos potenciar aquello que les hace más felices y se les da bien, y reforzar aquello para lo que no son muy hábiles despertandoles el interés por ello. No hay que meter en sus cabezas conocimientos y datos a presión, sino que debemos sacar de ellas su motivación, sus emociones y su interés ante la vida.
En ellos depositamos la responsabilidad de mejorar el mundo y de seguir evolucionando. Son el futuro y de ellos depende la supervivencia. Creemos entonces personas completas y felices, que vivan plenas consigo mismas.
No entiendo el desarrollo sin cultura, el viaje sin música, la pasión sin lectura, el deleite sin pintura.. No entiendo la inteligencia sin arte.
Las personas somos un conjunto de complementos, y cada uno de ellos nos hacen ser lo que somos.